Fidel Ernesto Vásquez I

27.Dic.2012 / 12:06 am

Por Fidel Ernesto Vásquez

El 25 de septiembre del año 1828 se inmortaliza Manuela Sáenz por salvar a El Libertador Simón Bolívar y convirtiéndose según palabras del Padre de la patria, en la libertadora de El Libertador.

El 27 de diciembre de 1797 nace en Quito, Ecuador, Manuela Sáenz, considerada como una de las primeras feministas de América Latina y una importante líder revolucionaria de la Independencia de América del Sur.

Numerosos biógrafos y novelistas que han escrito sobre Manuela Sáenz han pasado por alto a la militante y combatiente por la Independencia, y escogieron recrearla en los textos como leyenda vinculada a la visión heroica del Libertador Simón Bolívar.

En el contexto historiográfico patriarcal, Manuela Sáenz ha sido desdeñada, vilipendiada, estigmatizada y hasta reflejada como un defecto de Bolívar, por la moral católica patriarcal de numerosos escritores.

Esa moral patriótica sólo destacaba el papel de las mujeres en la realización de tareas como la confección de uniformes y banderas, acompañantes de los ejércitos y cocineras y, en el mejor de los casos, enfermeras, e incluso espías.

Nunca se destacó su papel de consejeras, capaces de opinar y desenvolverse al mismo nivel que los hombres en las intrigas políticas, como ocurre con Manuela Sáenz, que alcanza la celebridad por ser compañera sentimental de Simón Bolívar, pese a que fue mucho más que eso, como demuestra esta carta de Francisco Antonio Sucre dirigida al Libertador desde el Frente de Batalla de Ayacucho, el 10 de diciembre de 1824.

“Se ha destacado particularmente por su valentía; incorporándose desde el primer momento a la división de Húsares y luego a la de Vencedores, organizando y proporcionando avituallamiento de las tropas, atendiendo a los soldados heridos, batiéndose a tiro limpio bajo los fuegos enemigos; rescatando a los heridos”.

Por su ejemplar conducta solicitaba “se le otorgará el grado de Coronel del Ejército Colombiano”. Sin embargo, tan alta distinción no fue suficiente para situarla en el mosaico de la historia, al lado de los próceres o fundadores de las repúblicas hispanoamericanas.

El odio y el ensañamiento de sus compatriotas la persiguieron hasta el fin de sus días. Sin embargo, la fuerte personalidad de Manuelita, como se hizo común llamarla, se impuso sobre sus enemigos, incluso sobre la leyenda de su vida, dejando ver la fuerza de un carácter capaz de romper barreras sociales, morales y de género.

Manuela Sáenz, hija del hidalgo español Simón Sáenz Vergara y de la criolla María Joaquina de Aispuru, nació de forma prematura, por lo que su madre fue enviada a la hacienda Cataguango, propiedad de los Aispuru, en la que, al parecer, murió el día que nació Manuela o, según otras versiones, solo sobrevivió dos años más.

Manuelita, huérfana de madre, fue entregada al convento de las monjas conceptas, en el que pasó sus primeros años bajo la tutela de su superiora, sor Buenaventura.

Luego de haber completado su formación con las conceptas, pasó al monasterio de Santa Catalina de Siena, en Quito, de la Orden de Santo Domingo, para concluir así con la formación que en ese tiempo se impartía a las señoritas de las más importantes familias de la ciudad.

En ese lugar aprendió a bordar, elaborar dulces y a comunicarse en inglés y francés, habilidades y labores que fueron con las que se mantendría en sus años de exilio en Paita, Perú.

A los 17 años de edad huyó del convento, en un episodio del que se sabe pocos detalles y del cual ella no hablaba.

En diciembre de 1816, Manuela conoció en Quito a James Thorne, acaudalado médico inglés 26 años mayor que ella. Simón Sáenz, su padre, como era costumbre en la época y por razones de conveniencia, pactó su boda para julio de 1817.

La boda se celebró en Lima, entonces capital del Virreinato del Perú, donde se hizo amiga de la guayaquileña Rosa Campuzano, con quien además se involucró de lleno en actividades políticas.

Por sus actividades pro independentistas, el general José de San Martín, luego de haber tomado Lima con sus milicianos y proclamado su independencia, el 28 de julio de 1821, le concedió a Manuela el título de Caballeresa del Sol de la Orden El Sol del Perú.

En 1821, a raíz de la muerte de su tía materna, Manuela decidió regresar al Ecuador para reclamar su parte de la herencia de su abuelo materno.

Encuentro con Bolívar

En los eventos de entrada triunfal de Simón Bolívar a Quito, el 16 de junio de 1822, Manuela Sáenz de Thorne lo ve por primera vez. Ella misma narra lo sucedido en su diario de Quito:

“Cuando se acercaba al paso de nuestro balcón, tome la corona de rosas y ramitas de laureles y la arrojé para que cayera al frente del caballo de S.E; pero con tal suerte que fue a parar con toda la fuerza de la caída a la casaca, justo en el pecho de S.E. Me ruboricé de la vergüenza, pues el Libertador alzó su mirada y me descubrió aún con los brazos estirados en tal acto, pero S.E. se sonrió y me hizo un saludo con el sombrero pavonado que traía a la mano”.

En un encuentro posterior, en el baile de bienvenida al Libertador, él le manifiesta: “Señora: si mis soldados tuvieran su puntería, ya habríamos ganado la guerra a España”. Manuela y Simón Bolívar se convirtieron en compañeros sentimentales y de lucha durante ocho años, hasta la muerte de éste, en 1830.

Libertadora del Libertador

Durante su estancia junto a Bolívar en Santa Fe de Bogotá, el 25 de septiembre de 1828, el Libertador fue objeto de un intento de asesinato, frustrado gracias a la valiente intervención de Manuela.

Los enemigos de Bolívar habían conjurado darle muerte aquella noche de septiembre. Al entrar al palacio de San Carlos, hoy día sede de la Cancillería de Colombia, frente al Teatro Colón, Manuela se da cuenta del atentado y se interpone a los rebeldes, con el fin de que Bolívar tuviera tiempo de escapar por la ventana. Por estas acciones, Bolívar la llamó la Libertadora del Libertador.

El 25 de septiembre del año 1828 se inmortaliza Manuela Sáenz por salvar a El Libertador Simón Bolívar y convirtiéndose según palabras del mismo héroe latinoamericano en la libertadora de El Libertador.

Ese día Bolívar se encontraba enfermo y llamó a Manuela para que lo atendiera. Ella responde que no puede acudir ya que le duele la cara. El,  impaciente envía otra vez a su mayordomo José Palacios y logra convencer a la mujer a que acuda su lado.

Al llegar al palacio ella  le advierte que pasara algo en contra de El Libertador presidente.

Bolívar le resta importancia diciendo que el propio coronel Guerra, jefe del Estado Mayor le había asegurado que no había motivos de preocupación.

A las 12 en punto ladraron los dos perros que tenía Bolívar. Manuelita se despierta y despierta a el caraqueño.

El héroe lo primero que hace es buscar su espada y su pistola para hacer frente a los atacantes. Ella lo contiene y lo convence que se lance por la ventana poniéndose a salvo. Los conspiradores forcejean con la puerta del dormitorio, ya habían asesinado al centinela, al cabo y al inglés Fergnsson. Hieren al Edecan de Bolívar Ibarra.

Manuela le sale al encuentro tratando que El Libertador gane tiempo para escapar.

Los frustrados asesinos registran la habitación preguntándole furiosamente por Bolívar.

La llevan a empujones por el corredor hasta que tropiezan con el herido Ibarra. La brava mujer se arrodilla y el Edecán le pregunta:

¿Ha muerto el Libertador?

No, Ibarra, el Libertador vive responde Manuela.

Carujo enardecido por la rabia al ver lo fallido de sus planes trata de matarla pero él  conjurado Hormet lo impide diciendo:

¡No hemos venido a matar mujeres!

Pero de todas maneras Carujo la golpea con una patada a la cara arrastrándola donde la encierran.

Vale la pena el sacrificio de la heroína, Bolívar se salva siendo rescatado de debajo de un puente por sus tropas. La ciudad lo aclamaba teniendo Santander que esconderse en casa del general Urdaneta para no ser linchado. La conspiración ha sido vencida pero ha provocado una herida mortal en el alma del héroe venezolano.

Al regresar al palacio Bolívar al ver a Manuela le dijo abrazándola: “Tu eres la libertadora de El Libertador”

Es de ese momento la heroína pasa con ese título a formar parte de la historia.

Su esposo James Thorne, en varias ocasiones, pidió a Manuela que volviera a su lado. La respuesta de ella fue contundente: seguiría con Bolívar y daba por finalizado su matrimonio con el inglés.

En alguna ocasión, consultada sobre el rompimiento con su marido, Manuelita expresó que no podía amar a un hombre que reía sin reír, que respiraba pero no vivía y que le generaba las más agrias repulsiones.

Este comportamiento “indecente” para una mujer de la época marcó un antecedente de autodeterminismo en la mujer en una época donde eran reprimidas por una sociedad que las anulaba completamente.

A la muerte de Bolívar, en 1830, las autoridades de Bogotá expulsan a Manuela de Colombia. Ella partió hacia el exilio en la isla de Jamaica.

Intentó regresar a su tierra en 1835, y cuando se encontraba en Guaranda, Ecuador, su pasaporte fue revocado por el presidente Vicente Rocafuerte, por lo que decidió instalarse en el pueblo de Paita, en la zona norte del Perú.

Durante los siguientes 25 años se dedicó a la venta de tabaco, además de traducir y escribir cartas a Estados Unidos de parte de los balleneros que pasaban por la zona, de hacer bordados y dulces por encargo.

A los 59 años de edad, Manuelita sucumbió el 23 de noviembre de 1856 durante una epidemia de difteria que azotó la región.

Su cuerpo fue sepultado en una fosa común del cementerio local y todas sus posesiones fueron incineradas, incluidas una suma importante de las cartas de amor de Bolívar y documentos de la Gran Colombia que aún mantenía bajo su custodia.

Manuelita entregó al irlandés Daniel Florencio O’Leary gran parte de documentos para elaborar su biografía sobre Bolívar, de quien Manuela dijo: “Vivo adoré a Bolívar, muerto lo venero”.

Venezuela honró su memoria

El 5 de julio de 2010, en conmemoración del 199° aniversario de la Firma del acta de Independencia de Venezuela, llegó al Panteón Nacional un cofre que contenía tierra de la localidad de Paita, en Perú, donde fue enterrada Manuela Sáenz, el 23 de noviembre de 1856.

Estos restos simbólicos fueron trasladados por tierra atravesando Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela, hasta arribar a Caracas, donde reposan, en un sarcófago diseñado para tal fin, junto al Altar Principal en el que yacen los restos del Libertador Simón Bolívar.

Además, a Sáenz se le concedió póstumamente el ascenso a Generala de División del Ejercito Nacional Bolivariano de Venezuela, por su participación y actuación en la guerra independentista, en un acto que contó con la participación de los presidentes de Ecuador y de Venezuela.