Fidel Ernesto Vásquez I.

9.Oct.2010 / 05:17 pm

Por Noam Chomsky

Entre todas las supuestas amenazas contra la superpotencia dominante en el mundo, un rival está emergiendo callada y poderosamente: China. Y Estados Unidos está sometiendo las intenciones chinas a un estrecho escrutinio.

El 13 de agosto, un estudio del Pentágono expresó preocupación de que China esté expandiendo sus fuerzas militares en formas que “podrían negar la operación de los barcos de guerra estadunidenses en aguas internacionales cercanas a la costa”, informó Thom Shanker en The New York Times.

A Washington le alarma que “la falta de apertura de China acerca del crecimiento, capacidad e intenciones de sus fuerzas militares inyecte inestabilidad a una región vital del planeta”.

EU, por otra parte, es sumamente abierto acerca de sus intenciones de operar libremente por “la vital región del planeta” que rodea a China (como en otros lugares).

EU anuncia su vasta capacidad para hacerlo: con un presupuesto militar creciente que aproximadamente iguala al del resto del mundo combinado, cientos de bases militares en todo el mundo y una ventaja enorme en la tecnología de destrucción y dominio.

La falta de comprensión de China de las reglas de cortesía internacional fue ilustrada por sus objeciones al plan de que el moderno portaviones de energía nuclear USS George Washington tomara parte en julio en las maniobras conjuntas Estados Unidos-Sudcorea cerca de la costa de China, con una supuesta capacidad de atacar Pekín.

En contraste, Occidente comprende que tales operaciones estadunidenses se llevan a cabo para defender la estabilidad y su propia seguridad.

El término “estabilidad” tiene un significado técnico en el discurso de asuntos internacionales: dominio de Estados Unidos. En consecuencia, nadie eleva las cejas cuando James Chace, ex editor de Foreign Affairs, explica que, con el fin de tener “estabilidad” en Chile en 1973, era necesario “desestabilizar” al país –derrocando al gobierno elegido del presidente Salvador Allende y colocando al general Augusto Pinochet, quien procedió a matar y torturar con abandono e imponer una red de terror que ayudó a establecer regímenes similares en otros países, con el apoyo estadunidense, en pro de la estabilidad y seguridad.

Es rutinario reconocer que la seguridad de Estados Unidos requiere de control absoluto. La premisa recibió el imprimatur académico del historiador John Lewis Gaddis, de la Universidad de Yale, en “Sorpresa, seguridad y la experiencia estadunidense”, donde investiga las raíces de la doctrina de guerra preventiva del presidente George W. Bush.

El principio operativo es que la expansión es “la ruta hacia la seguridad”, una doctrina que Gaddis remonta a hace dos siglos –al presidente John Quincy Adams, autor intelectual del Destino Manifiesto.

Cuando Bush advirtió “que los estadunidenses deben ‘estar listos para acción preventiva cuando sea necesario para defender nuestra libertad y defender nuestras vidas”‘, señala Gaddis, “se estaba haciendo eco de una antigua tradición más que estableciendo una nueva”, reiterando principios que presidentes desde Adams hasta Woodrow Wilson “hubieran entendido… muy bien”.

 

E igualmente los sucesores de Wilson, hasta el actual. La doctrina del presidente Bill Clinton era que Estados Unidos tiene derecho a emplear fuerza militar para asegurar “acceso no inhibido a mercados clave, reservas de energéticos y recursos estratégicos”, sin necesidad de idear pretextos del tipo de los de Bush II.

Como lo sabe cualquier don de la mafia, incluso la ligera pérdida de control podría llevar a la pérdida del sistema de dominio de otros, que serían alentados a continuar la misma ruta.

Este principio central de poder está formulado como la “teoría dominó”, en la lengua de los formuladores de política, que en la práctica se debe al reconocimiento de que el “virus” del desarrollo independiente exitoso podría “esparcir contagio” en otras partes, y por tanto debe ser destruido mientras las víctimas potenciales son vacunadas, de hecho mediante dictaduras brutales.

Según el estudio del Pentágono, el presupuesto militar chino creció a aproximadamente 150 mil millones de dólares en 2009, acercándose a “una quinta parte de lo que el Pentágono gastó para operar y llevar a cabo las guerras en Irak y Afganistán” en ese año, lo cual, por supuesto, es sólo una fracción del presupuesto militar estadunidense.

Las preocupaciones estadunidenses son comprensibles si uno toma en cuenta la suposición, virtualmente no cuestionada, de que EU debe mantener “un poder incuestionable” sobre buena parte del mundo, con “supremacía militar y económica”, al tiempo que asegura la “limitación de cualquier ejercicio de soberanía” de estados que pudieran interferir con sus planes globales.

Esos fueron los principios establecidos por planificadores de alto nivel y expertos en política exterior durante la Segunda Guerra Mundial, al desarrollar el marco del mundo de la posguerra, que en gran parte fue instrumentado.

Estados Unidos debía mantener este dominio en una “gran área” que, cuando menos, debía incluir el hemisferio occidental, el Lejano Oriente y el ex imperio británico, incluyendo los vitales recursos energéticos del Oriente Medio.

Conforme Rusia empezó a pulverizar a los ejércitos nazis después de Estalingrado, las metas de la gran área se extendieron para abarcar tanto de Eurasia como fuera posible. Siempre se entendió que Europa podía seguir un rumbo independiente –quizá la visión degolista de una Europa desde el Atlántico hasta los Urales. La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en parte tenía la intención de contrarrestar esta amenaza, y la cuestión sigue muy vigente hoy día al incluir la OTAN a una fuerza de intervención dirigida por Estados Unidos y responsable de controlar la “crucial infraestructura” del sistema global de energía del que depende Occidente.

Desde que se convirtió la potencia dominante global durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha tratado de mantener un sistema de control mundial. Pero ese proyecto no es fácil de sostener. El sistema está erosionándose visiblemente, con implicaciones significativas para el futuro. China es un protagonista –y rival– cada vez más influyente.